
La familia González Quintana






CECILIA GONZALEZ QUINTANA







LA TÍA CECILIA
En la reunión donde Laura, dedicada a Cecilia González de Mantilla, se buscó que la charla, guiada por sus hijos, Laura, Teresa y Juan, nos mostrara una semblanza, lo más completa posible, de la “tía Cecilia”; su temperamento, su carácter, su personalidad, sus aficiones; su vida. Sin embargo, en este escrito no encontrarán una biografía, entendida como una secuencia cronológica de los hechos vividos porque en las intervenciones de todos nosotros los recuerdos de vivencias individuales trenzadas con referencias a lugares, épocas y personas relacionadas con ella, fueron cobrando cada vez más fuerza.
Esto hizo posible que los demás experimentáramos un acercamiento vivencial en la medida en que, el modo como fueron surgiendo los comentarios y las anécdotas, nos llevó a involucrarnos de tal manera, que se logró que, a través de lo que escuchábamos, percibiéramos la vida de Cecilia como un modo de estar en medio de... y no, frente a.... porque, en efecto, el cariño con que sus hijos recordaron lo vivido con ella como madre y abuela dedicada, comprensiva, cariñosa y optimista, logró involucrarnos a todos y por ello, fueron aflorando nuestros propios recuerdos; se consiguió, entonces, que, lejos de ser receptores pasivos frente a la narración de quienes más cerca la tuvieron, todos nosotros nos viéramos inmersos en su historia como participantes activos.
Contrajo matrimonio con Roberto Mantilla Valenzuela y es ya sabido por toda la familia que cuando Cecilia era una niña, la intención de Roberto fue casarse con Laura, su hermana mayor; pero con todo listo para el matrimonio, ella murió. Pasado el tiempo Roberto buscó casarse con Merceditas pero ella tenía decidido entrar a un convento. Después de diez años, Roberto y Cecilia se casaron; ella tenía 24 y él 44. La relación de un santandereano como Roberto con la Familia González Quintana de Ubaté, se debió a que, al culminar sus estudios de Derecho en la Universidad del Rosario, fue enviado a ese lugar para hacer la Judicatura.
Desafortunadamente quedan pocos retratos de ella pero hubo consenso en comprenderla como una persona inteligente, alegre, optimista, agradable, simpática, cualidades a las que se suma el “don de consejo”, aspecto en el que fue comparada con el tío Guillermo. Buena lectora, se la encontraba generalmente “pegada” a un libro. También buena fumadora de cigarrillos “Royal” —cajetilla anaranjada— recordamos varios, afición que, tal vez, llevó a que su voz se engrosara más de la cuenta, hasta el punto de ser confundida por teléfono con Chucho. Otra de sus cualidades: el fino sentido del humor, heredado por sus hijos, se evidencia en la forma de contar las anécdotas y en el intercambio de opiniones entre Juan, Laura y Teresa, a medida que van aflorando los recuerdos.
Surge aquí la pregunta por el origen del sentido del humor compartido por los hermanos González Quintana y por algunos de los sobrinos. ¡Por lo Quintana! dicen unos, trayendo a colación anécdotas de representantes de esa rama de nuestra familia que, sin duda, dan fe de lo que se afirma; ¡por lo González! se oye otra voz que se sustenta en apuntes del abuelo Rafael González Barrero. ¿Seremos tan afortunados que lo heredamos por ambos lados? pero si eso es así ¿por qué a algunos de nosotros nos quedó faltando esa cualidad?
En primer lugar todos los recuerdos de los Mantilla sobre su mamá están estrechamente ligados con los de la abuela María con quien vivieron hasta su muerte, pero también con los de Beatriz y Daniel, Connie y Chucho, Tona y Rafael, quien, me consta, quiso a los “niños” Mantilla como a sus hijos y fue muy bien correspondido. Así mismo, con los de los tíos Jesuitas Pacho, Guillermo y Jorge, así como también con los Quintana Cárdenas, a los cuales Teresa hizo valiosos aportes, como cuando hicieron un viaje en tren a Cali, Buenaventura y Popayán.
Inés, como nuera, le tuvo gran cariño porque Cecilia fue una excelente suegra: querida, discreta y siempre de su parte; llevó a la reunión varios retratos de familia, que esperamos que Daniel nos mande por el correo electrónico cuando los escanee. Clara da fe, no solamente de lo bien recibida a la familia cuando se casó con Álvaro, sino del apoyo y cariño que recibió por parte de Cecilia cuando quedó viuda siendo tan joven. Por horarios de colegio, Mono y yo tuvimos temporadas en las que almorzamos en su casa, María Margarita recuerda que a ella le enseñó a jugar banca rusa. Es de destacar que la constante atención a quienes la necesitaran, no le impidió practicar sus deberes religiosos de modo constante pues además de la misa diaria, formó parte activa de la Congregación de las Madres Católicas.
Así, pese a que la biografía de Cecilia fue surgiendo de modo fragmentado a partir de anécdotas en las que aparecieron muchas personas de alguna manera relacionadas con ella, de recuerdos deshilvanados, de episodios tomados de aquí y allá, se fue develando su manera de ser. Al mirarla desde esta perspectiva, la conocimos no como alguien aislado, sino comprometida con quienes la necesitaron. Esto nos permitió poner de relieve por sobre los hechos puntuales, su desinterés y generosidad en la medida en que se dedicó a su marido y a sus hijos, así como también a todo aquel que la necesitó o simplemente la buscó.
Sin haber podido precisar cuál fue el lugar que ella ocupó entre los diez hijos de la familia González Quintana, es claro que fue bastante menor que sus hermanas Laura y Merceditas. Como el orden de los hermanos González Quintana ha sido la pregunta constante a lo largo de varias reuniones; para aclarar este punto Eduardo se comprometió a sacar las partidas de bautismo en Ubaté.
Amparo González de De Urbina
Abril 26 de 2008