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TOCAIMA, FUNDADA POR DON HERNAN VENEGAS CARRILLO Y MANOSALVA

 

"Con blasones, escudo y Cédula Real, remonta su historia a épocas de conquista de los bravos panches. En 1621 tuvo que ser trasladada a una meseta que la protege de los caprichos del río.

  

Uno de los grandes retos de la Conquista fue doblegar a los aguerridos panches. El territorio de esta etnia caribe, emparentada con los pijaos, llegaba hasta las goteras de la sabana de Bogotá, y se reconoce hoy por sus toponímicos característicos, como Bituima y Combeima, Síquima y Natagaima, Nimaima, Sasaima, Paime o Anapoima.

Los muiscas temían a sus belicosos vecinos, y cuando vieron la oportunidad de aliarse con los españoles para enfrentarlos no lo pensaron dos veces. Las batallas fueron muchas y muy sangrientas. En ellas los perros españoles, cebados en carne indígena, jugaron un papel crucial.

 

Tras la partida de Jiménez de Quesada a reclamar sus derechos en España, el adelantado Alonso Luis de Lugo decidió fundar una ciudad en pleno corazón panche. Comisionó para ello a Hernán Venegas Carrillo y Manosalvas, uno de los subalternos de Quesada en su ascenso por el Magdalena, ya curtido en muchos combates con los nativos.

 

Venegas escogió como sitio para la ciudad de San Dionisio de los Caballeros de Tocaima una vega del río Patí (hoy río Bogotá) en tierras del cacique Guacaná.

 

El primer cronista en narrar la histórica fundación fue el franciscano Pedro Aguado, en su Recopilación historial. Cuenta Aguado que Venegas reunió al cacique y a sus hombres y, con la ayuda de intérpretes, les hizo saber a los perplejos indios que ellos no estaba aquí "para hacerles ningún mal ni daño, sino para ser sus amigos y defenderlos de quien mal o daño les quisiesen hacer, y para enseñarles muchas cosas que ellos ignoraban, tocantes a la salvación de sus ánimas y cuerpos".

 

"Todas estas cosas y otras muchas que el capitán Venegas trató y dijo a estos indios guacanaes, -continúa el padre Aguado- las oyeron ellos con mucha atención y voluntad". Falta ver. En todo caso, el cacique citó a un consejo de ancianos, y tras muchas deliberaciones "acordaron de hacer de voluntad lo que entendían habían de hacer por fuerza".

 

Fue así como en marzo de 1544, Hernán Venegas desenvainó su espada y tras todos los actos protocolarios que una fundación implicaba inició el trazado de calles y la asignación de cargos públicos.

 

Pero los indios tocaimas, como también se los llamaba, no sólo se amistaron con los españoles, sino que se unieron con ellos para combatir a otros grupos panches menos sumisos. Los hombres del cacique Lachimí, por ejemplo, pronto fueron víctimas de su furia.

Juan Rodríguez Freyle, en El carnero, lo narra así. "Vengativo, el cacique Guacaná persigue implacable a Lachimí y los suyos, incendia sus bohíos y asesina a mujeres, ancianos y niños. Harto le pesa a Venegas haber admitido como aliado a hombre de tan malas entrañas, y trabajo le cuesta impedirle que siguiera adelante su espantable carnicería". Vinieron luego actos de canibalismo que ahorro a mis lectores.

 

Pero Venegas no se quedó a vivir en su ciudad de Tocaima; él prefirió el clima bogotano y tras desposarse con doña Juana Ponce de León, hija del Gobernador de Venezuela, dejó ocho hijos y murió octogenario en 1583, mereciendo ser enterrado en la catedral.

El que sí escogió a Tocaima como residencia fue el sevillano Juan Díaz, quien había llegado como un simple soldado más, iletrado y todo, en las huestes de Belalcázar.

 

Por medios que la historia nunca ha llegado a aclarar, un hijo de este Juan Díaz, de igual nombre, se convirtió en uno de los hombres más ricos del Nuevo Reino.

 

El municipio cundinamarqués de La Mesa de Juan Díaz, por ejemplo, era uno de los potreros en los que pastaban los ganados de don Juan (cuyo título de 'don' muchos entonces rechazaban).
Sobre la fortuna de Juan Díaz se ha tejido todo tipo de leyendas.

 

Una de las que perpetúa el intelectual del siglo XIX Medardo Rivas, conocedor de la región y sus historias, habla de una rica mina de oro encontrada por su esclavo negro Domingo, a quien don Juan prometió la mitad de sus riquezas para luego asesinarlo por la espalda.

 

Consigna también Rivas la historia de cómo Juan Díaz, para salir de un rival de amores, le asignó llevar un cargamento de oro a la capital. La víspera del viaje, mientras Rodrigo Peñalver -que así se llamaba- se despedía de su amada Elvira, don Juan reemplazó el oro de sus propios cofres por barrotes de hierro.

 

Al descubrirse el 'robo', en Santa Fe, nuestro galán fue condenado a muerte; la ejecución se programó para el martes de Pascua de 1581, en la plaza mayor de Tocaima.

 

El precio que el malvado Juan exigió a Elvira por librarle a su amado de la muerte fue su virginidad. Don Medardo Rivas no aclara si el malhadado hecho se consumó, pero sí que una incontenible inundación arrasó con la ciudad de Tocaima el Viernes Santo, y que los cuerpos sin vida de Rodrigo y Elvira fueron encontrados, abrazados, aguas abajo.

 

El hecho -ese sí histórico- fue que en 1621 la ciudad de Tocaima tuvo que ser trasladada al sitio que hoy ocupa, en una meseta que la protege de los caprichos del río.

 

Y para cerrar, vale citar otro rasgo de Tocaima: sus fuentes de aguas sulfurosas, de propiedades medicinales, que disfrutó el mismo don Gonzalo Jiménez, antes incluso de la fundación de la ciudad, cuando bajaba al Magdalena con Federmán y Belalcázar para embarcarse hacia la Madre Patria. Por alguna razón, a las aguas de la quebrada Catarnica se atribuyeron poderes curativos para los males venéreos.

 

Un militar y poeta del siglo XIX, retirado ya de las lides de la guerra y (por fuerza) de las del amor, escribió en Tocaima un extenso novenario poético que tituló En memoria y alabanza de la prodigiosa, portentosa e ínclita quebrada de Catarnica. En uno de sus versos asegura: "Las llagas las borra / con suma presteza / cura la almorrana / y la gonorrea". Vaya uno a ver."

Historia tomada literalmente de http://www.portafolio.co/economia/finanzas/ciudad-tocaima-historia-semeja-leyenda-epica-240134, del 10 de febrero de 2009

Busto de don Hernan Venegas Carrillo y Manosalva, en la plaza principal de Tocaima. Foto de Rafael González Z.

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