
La familia González Quintana


Para los parientes jóvenes que lean esta página, Tausavita es una hacienda muy importante para la familia porque permaneció por muchísmos en poder de ella. De ésta oimos muchas historias, cuentos, aspectos reales e irreales, todos ellos muy interesantes. Este artículo, escrito por Manuel Esguerra Robles, amigo muy cercano a la familia González Quintana y quien nació y vivió en Ubaté, nos fue suministrado por Pablo P. González Gaitán. Vale la pena leerlo.
QUIÉN HALLARA EL TESORO DE TAUSAVITA?
Manuel Esguerra Robles
El valle de Ubaté, hermoso y ubérrimo, con sus bellas y extensas lagunas que iguales a mares diminutos se dividen plateadas dentro del inmenso marco de la sabana verde, donde las haciendas constituyen abundantísima despensa y las crías del ganado vacuno y caballar han dado los mejores ejemplares del país, figura entre los campos de mayores privilegios, ya por la fertilidad de sus tierras, como por su inmejorable situación geográfica, mostrando todo su conjunto el mas lindo y extenso panorama. De aquellas haciendas queremos hacer especial mención en esta crónica de la denominada Tausavita, ubicada en la parte sur del valle y a muy corta distancia de la carretera que de la capital de la república conduce a la población de Ubaté, cabecera de provincia del mismo nombre y en donde -dicho sea de paso- se yergue majestuoso uno de los mas bellos templos de Colombia.
Fue el primitivo terrateniente de la antigua hacienda de Tausavita, Don Francisco de Paula Venegas Barrero, tronco de rancia familia santafereña, casado con dona Pilar Barrero y muerto a muy avanzada edad en esta casona de la hacienda, recibiendo mensualmente, de sus innumerables concertados, grandes cantidades de onzas de oro que iba acumulando en dos aposentos destinados para este fin, como único método, en esa época lejana, para guardar los dineros y sepultarlos luego en las entrañas de la tierra, practica tan segura como avara y egoísta, y que empleaban casi todas las gentes adineradas del tiempo de la Colonia y Santa Fé; éste sistema tenía alguna justificación, pues bien es sabido que por aquellos tiempos no funcionaban las bancos ni las grandes industrias para invertir los grandes capitales.
La antigua hacienda de Tausavita comprendía una extensión de unas cuatro mil fanegadas de terreno destinadas en su totalidad a la cría de ganados y a los cultivos que derivaban a su dueño enormes utilidades. La primitiva hacienda fue dividida en ocho grandes porciones que correspondieron a los hijos legítimos de don Francisco de Paula, así: la hacienda denominada Altamira, a don Germán Venegas; Punta de Vega, a don Eusebio; Tenerife, a don Francisco; Las Juntas, a don Agustín; Tausavita, a doña Laura Venegas de Quintana; La Cabaña, a doña Carmen Venegas de Barreto; Casa de Teja (hoy Sotará), a don Federico, y Santelmo, a don Tomás.
No existe tradición acerca de los nombres de quienes construyeron la casa perteneciente a la antigua hacienda, pero no hay duda que fueron españoles. Su estilo arquitectónico es del más puro sabor colonial, con amplísimos corredores, arquerías, aposentos, oratorio, corralejas, pesebreras, queseras, etcétera. En sus interiores se percibe a toda hora un ambiente de soledad y reposo, contagiándose el espíritu de profundas meditaciones. Allí se evocan los recuerdos de tantos hechos cumplidos dentro de su recinto: los cariños, los amores, las alegrías y los pesares. Varias generaciones, descendientes del viejo y opulento terrateniente, han desfilado por todos sus pasillos y allí han llorado y allí han reído…..Legendaria casona, mudo testigo de tantas otras cosas, nuestra memoria te recuerda siempre con el mas sincero de los afectos, porque eres vieja y carcomida y porque eres grande a través de los tiempos que no han podido acabar con tu recia y centenaria existencia…..
En épocas lejanas una gran luz azulada hacía su aparición, en distintas direcciones, por los contornos de la casa. Se veía en las primeras horas de la noche y, a corta distancia, su tamaño era diminuto. No es lo que pudiera llamarse un fuego fatuo, pues bien es sabido que estos sólo aparecen en los sitios donde existen materias en putrefacción. Fue un raro fenómeno que no ha tenido explicación. Don Francisco de Paula pudo observarla repetidas veces en uno de los estribos de su cabalgadura cuando llegaba a la finca en las horas nocturnas: veíala a distancia, la silbaba, y la luz, dando grandes tumbos, llegaba hasta colocársele en el estribo. Todos los que visitaban la casa, o en ella han vivido, pudieron contemplar este extraño fenómeno, que hace unos cincuenta años desapareció definitivamente. ¿Espantos? Muy posiblemente, pues otro extraño caso fue oído por muchas personas, entre otras, por don Arturo Quintana Venegas y su familia, últimos poseedores que han sido de la vieja casa, y por don Alfonso Castro Vargas, culto caballero: sentíase en sus cercanías un ruido que asemejaba como un derrumbamiento de enormes piedras. Explorados los sitios adyacentes, todo se encontraba normal. Espantos, no ha que dudarlo, pues de estos puede decirse lo mismo que se ha escrito acerca de las brujas:
¿Crees en brujas, Garay?
le pregunté a mi criado.
No, señor, porque es pecado,
pero que las hay, las hay.
Mas aquí no puede terminar esta danza macabra y aún continúan sus espeluznantes movimientos. En el extremo de un largo y ancho corredor está el aposento en donde por muchos años han dormido los señores Quintana del Castillo descendientes de don Francisco. Pues ,aquí, en esta habitación, existe una ventana que mira, por el norte, hacia el extenso valle. Esta ventana ha sido la víctima escogida, y víctimas también los alelados oyentes, por los espíritus malignos –culpémoslos a ellos- para asestarle todas las noches, tan pronto eran apagadas las luces, y esto por muy dilatado tiempo, tres golpes sonoros y sucesivos, que fueron oídos también por los expresados caballeros y por muchas otras personas, incluyendo el que esto escribe. No obstante, tenemos el gusto de informar que tales golpes ha tiempo desaparecieron.
Se fueron con la música a otra parte.
No estamos relatando hechos imaginarios. Nos ceñimos a la más auténtica tradición confirmada, ante nosotros, en distintas ocasiones, por personas de toda cultura y honorabilidad tales como las que ya hemos citado.
Pero es que allí existe, intocable, una fortuna cuantiosa depositada en las entrañas de la tierra por Don Francisco de Paula Venegas Barrero, fortuna cumulada en muchos años de trabajo en sus extensas propiedades. Y no se crea tampoco que esto sea otra fantasía. Es un hecho absolutamente comprobado, como lo es también el de que en la casa que nos ocupa, el único individuo a quien la suerte ha favorecido al hallar un valioso entierro -muerto hace ya varios años- no tenía ningún vínculo de consanguinidad con la familia Venegas; y no citamos el nombre por no herir susceptibilidades. ¡Oh!, ironías de la suerte!
Pedro, de raza negra, el esclavo y mayordomo que fuera de don Pacho, reveló el secreto acerca de un lugar en donde se halla enterrada una cuantiosísima fortuna, en onzas de oro, y una vajilla de plata, hoy de valor incalculable, fortuna que aún permanece oculta en algún lugar de la casa o lugares aledaños, en espera del mortal afortunado que desentrañe y profane el sepulcro por tantos años rodeado de misterio. Y esta historia es igualmente interesante. El negro Pedro, ya octogenario y enfermo, hállabase en la casa de los patronos, los señores Venegas, la misma que hemos descrito y, en donde residiera desde los primeros años de su existencia.
Servidor fiel, mantuvo el secreto por muchos años, atendiendo el mandato de don Pacho de que aquel no fuere revelado sino al tiempo de la muerte del negro, y únicamente a sus patronos viejos. Y llegó el momento de descifrar el misterio y el lugar que guardaba tan considerable fortuna que todos ignoraban, aún cuando sí suponían, con fundadas razones, que don Pacho dejara enterrada la vajilla y el mucho oro que poseía, pues nada de esto apareció después de ocurrido su fallecimiento.
Cierto día encontrándose, en la hacienda los señores Domingo y Arturo Quintana Venegas, los llamó Pedro y les dijo:
…”-Patroncitos, me siento muy enfermo y prontito me voy a morir; tráigame aprisita, a alguno de mis patrones Venegas viejos, para decirles donde está el entierro grande con todo el oro y toditos los platos, grandes y chicos y tazas de pura plata, cuchillos, cucharas y tenedores que mi amo Pacho me hizo enterrar en una alberca muy honda…”.
Relatoles luego, pormenorizadamente, cómo, en un buen día, echó todo el oro y la vajilla en la citada alberca, tapándola con una piedra de las llamadas de molino y cubriéndola con una gran cantidad de tierra. Es obvio decir que en seguida desplegaron los señores Quintanas toda su actividad para hacer un viaje hasta Bogotá, largo en esa época, en busca del primer patrón viejo que estuviera en disponibilidad. Más, ¡Oh! Suerte perra, maldita, tornadiza e ingrata. Cuando regresaron a Tausavita con don Germán Venegas, Pedrito descansaba ya con su secreto en la paz del Señor….Y, contaban las personas que los asistieron, que en sus postrimeros instantes clamaba por sus amos viejos y deliraba con bultos muy pesados bajando unas escaleras. Para completar el cuadro, es necesario decir que la vieja casa tiene escaleras en todas direcciones. ¿Por cuál bajaba el negro con el oro y la vajilla? Misterio. ¿En qué lugar de la casa o fuera de ella, está la codiciada alberca? Misterio aún más impenetrable.
Expuesto lo anterior, no será extraño para el lector hacerle saber que este famoso santuario ha sido buscado con infatigable y decidido empeño por todos los ámbitos de la casa y sus contornos, hasta el extremo de poder decir que no hay sitio que no haya sido explorado con los más infructuosos resultados. Sólo se han encontrado el efectuar algunas excavaciones, diseminadas, varias monedas de oro con la efigie del rey Carlos III de España.
Pero sigue el enigma. ¿Qué existirá dentro de un túnel sobre el cual está construida la casa, cuya entrada hizo tapar don Francisco, quedando perdida definitivamente? Otro interrogante que apasiona.
No debeos olvidar aquí el nombre de Jorge Quintana del Castillo, querido amigo y pariente lejano, quién es hoy el único habitante de la vetusta casa, su dueño y señor, con algunas fanegadas de tierra, sus vacas y sus caballos. Allí vive solitario, como un anacoreta, a su modo y su amaño, pues el ya lo ha dicho: “Yo no he sido ningún santo.” Y a fe que no lo ha sido; nos consta personalmente. En alguna ocasión, ya lejana, conversando con este viejo amigo acerca de aquellas cuestiones espeluznantes, le preguntamos:
-¿ Y no sientes como ciertos escalofríos, como ciertos complejos de inferioridad al oír esos misteriosos ruidos que aparecen cosas de otro mundo?
-¡Hombre!- respondiónos- qué escalofríos ni que complejos, si a fuerza de oírlos todas las noches ya no me hacen tiro. Evidente es, tan no le hacen tiro, que allí ha vivido durante toda su vida y continuará viviendo, fiel custodio de un tesoro que le pertenece legalmente pero del cual -es lo seguro- no disfrutará ya en los años que le restan en este mundo, que ojalá sean muchos, sin importar que las onzas de oro sean aprovechadas por cualquier “perico de los palotes.”
Hemos dicho que aquello de enterrar las riquezas puede ser un hábito de avaricia o de egoísmo. Auténtico es el hecho de que Don Francisco a su muerte dejó depositada en tierra considerable fortuna; pero lo es también el de que fue un hombre pródigo en extremo y de que a sus hijos los heredó con liberalidad como ya lo hemos informado.
En el cerro denominado Santa Bárbara que domina a la población de Ubaté y a todo el valle hacia el norte, existe una pequeña capilla igualmente vieja y no escasa de leyenda que fue construída -a sus exclusivas expensas- por el rico hacendado, quien era un fiel devoto de la santa que lleva el nombre de Bárbara, abogada de los truenos, según el decir de las gentes de su devoción.
En cualquier sitio del dormitorio tenía la cama don Francisco y allí había permanecido durante muchos años, hasta el día en que un fuerte aguacero formó una gotera precisamente encima de ella. Como medida precautelativa hizo cambiar de lugar el blando lecho, y tan prudente tal medida, que esa noche una descarga eléctrica visitó en forma tan intempestiva como aleve el dormitorio de Don Pacho, ..por el mismo sitio en donde caía la gotera…
El milagro se había consumado y fué entonces cuando procedió, sin dilación, a la obra de la capilla, en recompensa a la santa que lo libró de morir electrocutado. El cuatro de diciembre de cada año se festeja en la expresada capillita la fiesta Santa Bárbara como testimonio de gratitud a la abogada de los truenos que no defrauda, según queda comprobado, a su innumerable clientela. Todos los fervorosos oriundos de la región al elevar sus preces y darles mayor fuerza, no pueden menos de exclamar: ¡Alma bendita de Don Pacho Venegas!
Desadaptados, en completo desacuerdo con la época actual, para cuya generación lo pasado no tiene ningún mérito y va siendo cosa de buen tono hablar con menosprecio de lo añejo y de lo carcomido, y olvidadas las rancias y sanas costumbres, nosotros como consumados sentimentales, hemos sido siempre unos enamorados del ayer y de todo cuanto existe desafiando el poder destructor de los siglos y que en pocos días derrumba la piqueta demoledora y despiadada. Y es que la vida moderna se ensaña día tras día, en acabar con la personalidad de lo antiguo, con su tradición, con su leyenda. El edificio moderno no exime más que una nítida impersonalidad y una elevada estatura. No tiene tradición ni leyenda, pero es moderno y en alguno de sus muros se leen en una placa los nombres de los constructores.
¡Qué tradición ésta y que personalidad!
Si mañana –Dios no lo quiera- desaparece la vieja casona de Tausavita y se levanta allí una suntuosa morada, con su corte de cosas exóticas, habrá muerto su historia y desaparecido su bello y antiquísimo nombre, que es el espíritu, la fisonomía de toda una tradición, por un nombre intruso y de estridente resonancia, complemento para darle la impersonalidad que habría de merecerse, quedando como única leyenda, como único vestigio de su venerable pasado, lo que dirían, engreídos, sus nuevos propietarios:
-Aquí existía una casa muy grande, vieja, carcomida y medrosa…
Vieja, sí, y carcomida, pero legendaria.
(Este artículo aparecido en la edición de DOMINICAL en Octubre de 1954)
Pablo P. Gonzalez Gaitan