
La familia González Quintana


GUILLERMO GONZALEZ QUINTANA S.J.
Por Gerardo Remolina S.J.
Cuando al atardecer del 5 de febrero depositábamos los restos mortales del padre Guillermo González en el Mausoleo del a Compañía, me asaltaron las palabras del Apóstol S. Pablo a su discípulo Timoteo: “He peleado una batalla, he llegado al término de la carrera, he mantenido la fe” – (2 Tim. 4:7) Estas palabras, que el Padre nunca hubiera tenido el atrevimiento de apropiarse, correspondían al ideal que se traslucía en su vida, especialmente en los últimos años. Por eso creo que pueden constituir su mejor epitafio. Su espíritu recio y valeroso, su ánimo ardiente y decidido, su fe inquebrantable, me hace evocar su figura como la de un luchador.
El Hogar.-
El P. Guillermo había nacido en Ubaté (Cundinamarca) el 10 de febrero de 1912. Su familia, de profunda raigambre cristiana, daría a la Compañía de Jesús tres de sus hijos: Los PP Francisco, Guillermo y Jorge. Una de las hijas, Merceditas, ingresaría a la congregación de las Mercedarias de Bérriz y realizaría su apostolado, como el P. Jorge, en el lejano oriente. Estos dos hermanos suyos, misioneros, serían para el Padre una continua fuente de inspiración apostólica. Sus demás hermanos continuarían la tradición cristiana heredada de sus padres, el General Rafael González Barrero y Doña María Quintana Venegas. A ese hogar suyo se referiría el Padre en sus años de madurez como a un “maravilloso entorno familiar, todo de Cristo: padres, hermanos, familiares”, y agradecería al Señor por “haber sido tan afortunado de participar de esa íntima comunión humana y espiritual”.
Primer llamamiento y formación.-
El Padre Guillermo hizo sus primeros estudios en el Colegio de la Presentación de Ubaté y pasó luego al colegio de San Bartolomé, en Bogotá. Allí sintió el llamado del Señor. Un llamado que lo cautivaría definitivamente. Su reclinatorio estuvo presidido siempre por una estampa, hoy amarillenta, que representa al Señor Jesús, en la actitud cariñosa de invitar a un joven a su seguimiento. Fue la misma estampa que hizo imprimir como recordatorio de sus Bodas de Oro en la Compañía de Jesús. En esa fecha escribía: “Ante esta voz inconfundible e infalsificable en la hermosa y alegre mañana de la vida, se abrió ese sendero interior en la que la misteriosa vida del Espíritu y un amor maternal impulsaban a seguir unas huellas reconocibles e inolvidables que iban siempre mas allá…. Hacia la altura en donde Cristo espera con sus brazos redentores en cruz”.
Siguiendo esas huellas, ingresó al seminario menor o Escuela Apostólica de la Compañía de Jesús en Madrid (Cundinamarca) que sería trasladada poco tiempo después a Albán (Cundinamarca). Madurado allí su primer llamamiento, ingresó al noviciado el 6 de septiembre de 1927 en el “Colegio y casa de Probación de María Inmaculada” en Chapinero. Esta sería “la” casa de su vida. Bajo la dirección de los maestros de novicios, PP. Carlos H. Currea y José Vargas Tamayo, inició el seguimiento de Cristo por los caminos de Ignacio. Dos años después hizo sus votos del Bienio y comenzó su Juniorado en la misma casa (1930-1932). Tuvo allí como profesores a dos ilustres humanistas: Los PP. José Celestino Andrade y Eduardo Ospina. Hizo luego el curso de ciencias (1933) y pasó a Santa Rosa de Viterbo para realizar sus estudios de Filosofía (1934-1935). Llegad el tiempo de su Magisterio, fue destinado a Chapinero como profesor de matemáticas superiores, física y cuestiones científicas relacionadas con la Filosofía (1936-1937). Sus superiores llegaron a pensar que las Ciencias Naturales, y especialmente las Matemáticas, podrían ser el futuro apostólico de su vida. Pero otros fueron los caminos del Señor.
En 1938 inició sus estudios ordinarios de Teología en Chapinero y al terminar su tercer año fue ordenado sacerdote el 3 de diciembre de 1940. Al año siguiente terminó su Teología y pasó luego a Santa Rosa de Viterbo (1942) para hacer su Tercera Probación bajo la dirección del P. Alberto Moreno. Llamado como profesor de Matemáticas para atender a una emergencia en el colegio José Joaquín Ortiz, pasó algunos meses en Tunja y fue destinado luego al Colegio de San Bartolomé LA Merced (1943). Allí, mientras se desempeñaba como director de las dos secciones de sexto de bachillerato y era profesor de Cultura Religiosa, comenzó a preparar su Doctorado en Teología, título que obtuvo el 27 de octubre de 1944 en el Weston College, Massachussets (EE.UU.). Regresó luego a Chapinero (1945) en donde el 15 de agosto de 1945 hizo su profesión solemne.
Al servicio de la Iglesia y de la Compañía
El P. Guillermo inició su Profesorado de Teología en la Universidad Javeriana enseñando los tratados “De inspiración”, “Introducción al Nuevo Testamento” y “Ascética Mística”. Esta primera etapa de su estadía en Chapinero se vio brevemente interrumpida en 1948 cuando fue destinado como P. Espiritual del Colegio Pío Latino Americano en Roma. Designado allí como acompañante y secretario privado del Legado Pontificio al Congreso Eucarístico Bolivariano de Cali (Cardenal Clemente Mícara) regresó a Colombia en 1949. En febrero de ese mismo año retomó las cátedras que antes había regentado. Desde esa fecha hasta 1965, desempeñó además otros cargos en la casa de Chapinero. Fue durante algún tiempo Director de la revista “eclesiástica Javeriana” (1961-1965). En 1965 fue elegido como delegado de la Provincia de Oriente a la Congregación General XXXI y el 23 de octubre de ese mismo año fue nombrado Provincial; desempeñó este último cargo hasta el 8 de diciembre de 1968, fecha en que se volvieron a unir las dos provincias Colombianas.
Al terminar su provincialato pasó a ser Ministro de la Comunidad de la Javeriana (8 de diciembre de 1968-12 de enero de 1970). Regresó nuevamente a Chapinero en donde se le encomendó el Tratado Teológico sobre la “Iglesia”, cátedra que tuvo hasta la víspera de su muerte; enseñó este mismo tratado también en la Universidad de San Buenaventura y en el seminario Arquidiocesano de Bogotá.
NOTA: Para todos nosotros, sus sobrinos y muchos sobrinos nietos, Guillermo fue un ser muy especial. Era tan cariñoso con toda su familia, que cada uno de nosotros estábamos convencidos que éramos los "consentidos de él". Cuando le gustaba una comida, la ponderaba deciendo: "está muy suave". A Guillermo, que tenía el don del consejo, le gustaban, según me comentó Manuel de Urbina, las novelas policiacas y la música clásica, prefieriendo dentro de ésta a los autores como Bach, Mozart, Beethoven y Brahams.


Guillermo durante la eucaristía con la cual celebró sus 50 años de sacerdocio en la Compañía de Jesús
